Historia de Sangre© : reforzamiento
Primero que todo quería contarles que tengo internet en pana durante dos o tres semanas por un problema con mi compañía, por lo cual los post y mis visitas a sus blogs no tendrán la frecuencia de antes por lo menos por este período.
Veo que al parecer no me pescaron mucho con la locura de mi novela. Pues bien, dado que soy más porfiado que todos ustedes juntos, ahora voy a dejarles el prólogo de mi texto para tentarlos y que se vuelquen desesperadamente a pedirme el dichoso libraco para engrosar vuestra biblioteca de futuros clásicos. Recuerden que la amenaza sigue en pie: libracos autografiados y tomatera para la entrega (Y EL PAGO, OBVIO...). Feliz Halloween y saludos sangrientos...
Prólogo
El viejo profesor estaba terminando su clase. Llevaba años enseñando en la misma universidad. Muchos pensaban que era parte del inventario de la casa de estudios, pues estaba ahí desde antes que cualquier otro profesor o funcionario. Sus clases eran bastante densas por la complejidad de los temas que dominaba, pero su gran conocimiento le permitía entregar a los alumnos la información necesaria y de un modo que, luego de un tiempo prudente de maduración, era útil y comprensible para su futuro.
El viejo profesor… muchos le decían “el viejo”, pero a sus espaldas. Pese a su aparente avanzada edad, su presencia imponía demasiado respeto. Era cierto, se notaba el paso de los años, aunque nadie sabía su edad (y no se atrevían a preguntar algo así); pero sus más de dos metros de estatura, más de ciento quince kilos de peso, su larga cabellera y su falta de abdomen abultado, era más que suficiente para mantener a raya al capitán del equipo de rugby y al de lucha olímpica juntos. Además, su mirada espantaba al más valiente: sus ojos verdes y la expresión seria y dura al mirar alejaban a los bromistas y a los que preguntaban por preguntar.
A los sesenta minutos clavados de su llegada al auditórium, el viejo profesor dio por terminada su clase de ese día. Algunos aplausos (que detestaba) cerraron su intervención. Luego de ello vino el esperable barullo propio de la salida de los más de cien jóvenes presentes en su exposición: ellos sabían que las clases del “viejo” eran preguntas seguras en todas las pruebas del año, y una parte más que respetable de los exámenes de primera y segunda oportunidad. Por otro lado, muchos de los conocimientos del profesor no estaban en los libros, por tanto era imposible arriesgar tanto al faltar a sus clases o no tomar buenos apuntes.
Cinco minutos después el auditórium había quedado vacío. El viejo profesor guardaba su computador portátil y el proyector… aún recordaba cuando daba clases con la vieja máquina de diapositivas con sus carros redondos llenos… y cuando daba clases con la máquina de carros rectos… y cuando daba clases con esos viejos modelos anatómicos de cadáveres de muertos no reclamados… y cuando daba clases con modelos pintados en tela por artistas altruistas que regalaban su trabajo a los médicos del futuro… y cuando enseñaba de pueblo en pueblo a los barberos para que supieran qué hacer frente a alguna emergencia cuando el médico no estuviera, antes de llegar a la universidad… Pero también recordaba cuando no enseñaba, cuando su vida estaba dedicada a sí mismo, cuando su responsabilidad era nada, y sus pecados muchos y repetidos… tal vez por eso había construido esa universidad, para purgar en parte sus culpas… no, a todos podía engañar pero jamás a sí mismo. Esa universidad era la mejor pantalla para seguir con su vida real, para seguir saciando sus instintos que eran la base de su vida. Esa universidad que estaba situada al lado del castillo donde vivía había sido parte de su morada original, y por sus características era el lugar indicado para ocultar su secreto. Esa universidad albergaba su pasado y sus memorias. Esa universidad fue su primer castillo… cada clase que daba era un cúmulo de recuerdos que llenaba su espíritu. Cada auditórium, cada sala, cada oficina, todas y cada una de las habitaciones habían sido sus creaciones… cada piedra de los cimientos había pasado por sus manos… cada detalle había nacido de su cabeza… y más aún, cada material había pasado por su conciencia antes siquiera de haber formado parte de su proyecto…
Veo que al parecer no me pescaron mucho con la locura de mi novela. Pues bien, dado que soy más porfiado que todos ustedes juntos, ahora voy a dejarles el prólogo de mi texto para tentarlos y que se vuelquen desesperadamente a pedirme el dichoso libraco para engrosar vuestra biblioteca de futuros clásicos. Recuerden que la amenaza sigue en pie: libracos autografiados y tomatera para la entrega (Y EL PAGO, OBVIO...). Feliz Halloween y saludos sangrientos...
Prólogo
El viejo profesor estaba terminando su clase. Llevaba años enseñando en la misma universidad. Muchos pensaban que era parte del inventario de la casa de estudios, pues estaba ahí desde antes que cualquier otro profesor o funcionario. Sus clases eran bastante densas por la complejidad de los temas que dominaba, pero su gran conocimiento le permitía entregar a los alumnos la información necesaria y de un modo que, luego de un tiempo prudente de maduración, era útil y comprensible para su futuro.
El viejo profesor… muchos le decían “el viejo”, pero a sus espaldas. Pese a su aparente avanzada edad, su presencia imponía demasiado respeto. Era cierto, se notaba el paso de los años, aunque nadie sabía su edad (y no se atrevían a preguntar algo así); pero sus más de dos metros de estatura, más de ciento quince kilos de peso, su larga cabellera y su falta de abdomen abultado, era más que suficiente para mantener a raya al capitán del equipo de rugby y al de lucha olímpica juntos. Además, su mirada espantaba al más valiente: sus ojos verdes y la expresión seria y dura al mirar alejaban a los bromistas y a los que preguntaban por preguntar.
A los sesenta minutos clavados de su llegada al auditórium, el viejo profesor dio por terminada su clase de ese día. Algunos aplausos (que detestaba) cerraron su intervención. Luego de ello vino el esperable barullo propio de la salida de los más de cien jóvenes presentes en su exposición: ellos sabían que las clases del “viejo” eran preguntas seguras en todas las pruebas del año, y una parte más que respetable de los exámenes de primera y segunda oportunidad. Por otro lado, muchos de los conocimientos del profesor no estaban en los libros, por tanto era imposible arriesgar tanto al faltar a sus clases o no tomar buenos apuntes.
Cinco minutos después el auditórium había quedado vacío. El viejo profesor guardaba su computador portátil y el proyector… aún recordaba cuando daba clases con la vieja máquina de diapositivas con sus carros redondos llenos… y cuando daba clases con la máquina de carros rectos… y cuando daba clases con esos viejos modelos anatómicos de cadáveres de muertos no reclamados… y cuando daba clases con modelos pintados en tela por artistas altruistas que regalaban su trabajo a los médicos del futuro… y cuando enseñaba de pueblo en pueblo a los barberos para que supieran qué hacer frente a alguna emergencia cuando el médico no estuviera, antes de llegar a la universidad… Pero también recordaba cuando no enseñaba, cuando su vida estaba dedicada a sí mismo, cuando su responsabilidad era nada, y sus pecados muchos y repetidos… tal vez por eso había construido esa universidad, para purgar en parte sus culpas… no, a todos podía engañar pero jamás a sí mismo. Esa universidad era la mejor pantalla para seguir con su vida real, para seguir saciando sus instintos que eran la base de su vida. Esa universidad que estaba situada al lado del castillo donde vivía había sido parte de su morada original, y por sus características era el lugar indicado para ocultar su secreto. Esa universidad albergaba su pasado y sus memorias. Esa universidad fue su primer castillo… cada clase que daba era un cúmulo de recuerdos que llenaba su espíritu. Cada auditórium, cada sala, cada oficina, todas y cada una de las habitaciones habían sido sus creaciones… cada piedra de los cimientos había pasado por sus manos… cada detalle había nacido de su cabeza… y más aún, cada material había pasado por su conciencia antes siquiera de haber formado parte de su proyecto…
Etiquetas: Literatura