Con esto del cambio de gobierno se me iluminó la ampolleta. Todos han estado preocupados del día en cuestión del cambio de gobierno: ceremonias, fiestas, felicitaciones, fotos, chascarros. Pero también pasan otras cosas mucho más frecuentes y cotidianas: regreso a clases, vuelta de vacaciones, ingreso al colegio, ingreso a la universidad. Tal como en el primer ejemplo, viene una serie de preocupaciones acerca del día “D”: uniformes, despertadores, ropa, bolsos, documentos, utensilios, desayunos a la carrera, llantos, alegrías, saludos, reencuentros, fotos, mechoneos, trámites. Y de pronto parece que toda nuestra energía y preocupación se centra en un solo día, como si el resto del año no existiera o no importara, o como si esperáramos que la ley de la inercia nos tome de la mano y nos lleve por el resto del camino a seguir.
Entonces nos encontramos con un grupo heterogéneo de individuos, de todos los grupos sociales, edades y sexos que llegan preocupados de un solo día, y más precisamente, de algunos minutos de ese primer día, desentendiéndose de lo que sigue a ese instante o a ese día. Parece que toda la existencia y toda la importancia de los potenciales objetivos planteados para el año se centraran en ese primer pedazo de día; o como si se esperara que la “fortuna” que se genere ese día sea preámbulo (o alcance) de todo lo que viene a posteriori.
¿Adónde voy con tanta cháchara? A que los objetivos que nos podemos plantear en nuestra existencia se ven opacados por cosas menores la mayoría de las veces. A que tendemos a anclarnos al azar como eje de nuestro devenir: “todo depende de cómo te vaya el primer día”, “tienes que empezar el año abrazando a alguien del sexo opuesto para que te vaya bien”, “tienes que usar calzones amarillos a fin de año”, etc. Con esto no pretendo denostar tradiciones simpáticas, pero sí poner énfasis en la aparente poca confianza que tenemos en nuestras posibilidades, en la capacidad que tenemos de arreglar las dificultades sobre la marcha, o las posibilidades de planificar actividades para el año que viene, pero no con buenas o mágicas intenciones (ojalá me gane el kino este año para no trabajar más) sino con un plan de acción definido con objetivos y plazos (e inclusive planes de contingencia o planes alternos si uno de los primeros no se cumple). Suena tal vez a ciencia ficción en chilito, o inclusive suena casi como un curso de superación personal; pero si lo analizamos fríamente, algo así no implica una mente superior ni estudios universitarios de postgrado. Si un dueño de casa es capaz de organizar su presupuesto para que dure hasta fin de mes, o sea, es capaz de programar un mes, debería ser capaz de programar 12; si una madre soltera puede organizar su tiempo para que le alcance para trabajar y cuidar a sus hijos, puede también plantearse objetivos a un futuro mediato.
Luego de toda esta lata, termino mi texto (algo desordenado por lo demás) con las típicas preguntas fomes de siempre:
¿Somos capaces de planificar, aunque sea en un pequeño porcentaje, nuestras vidas?y si lo somos, ¿lo hacemos?y si lo hacemos, ¿lo evaluamos?
Para finalizar, el rebuzno de fin de post. En esta oportunidad mi canción favorita, In my life de The Beatles. Los que sepan inglés y no la hayan escuchado, fíjense en la letra, pero primero consigan una versión bien pronunciada para que la logren entender. Saludos sangrientos...